domingo, 23 de diciembre de 2007

(buenos aires, domingo 23 de diciembre, 4:04 pm)

¿Por qué Buenos Aires me despide siempre gris casi al borde de explotar en llantos?
¿Qué llevar y qué dejar?
¡Qué poco poseo y sin embargo cuánto pesa a la hora de la selección!
Estoy casi dormido embuído en una especie de líquido amniótico. Un plasma monocorde donde juego con las sombras que mis piernas reproducen en la pared descascarada.
Tengo un túnel dentro mío, sinuoso; áspero por momentos y por momentos con fragancias de mar o de montañas,con escaleras de peldaños cristalinos. Ningún fantasma habita esta delicia ahora.
¿Cómo hice para decapitarlos? ¿Renacerán? ¿Como un Quijote frente a molinos deberé enfrentarme con invisibilidades que pernoctan impuras y silenciosas esperando el crucial instante del neutro ataque?
¿Algo acaba esta tarde? ¿Mi voz en llamas necesita nombrarte boca nueva de besos nunca pronosticados? ¿Pensarás en mí? ¿Acaso escribirte sin nombrarte es pensarte? Y en todo caso, ¡qué sentido abstracto este pensamiento de pensarte!
No sé. De pronto perdí mi norte. Toda brújula es imperfecta. El reloj lo guardé dentro de la caja azul de plástico. La lluvia no caerá hasta que me vea desaparecer entre el oleaje asfixiante del gentío.
No es tristeza lo que siento, acaso una extraña melancolía diminuta como un grano de polen. Un campo extenso de girasoles que se abrazan unos a otros para- entre todos-mojarse las mejillas amarillas con la luz del sol.
¡Qué endebles mis metáforas han permanecido con la tonta pretensión de perfilar un estilo!
Escribo como quien vomita palomas mensajeras o panteras negras fuera de las jaulas o simples alambiques que decoran la ciudad tornasolada.
Enjambres de incredulidad.
Mudas paredes.
Tísicos relámpagos de piel pavimentada.
Lucrativo intercambio de babas para sentir placer en la puerta amorfa del deseo.
Y ensimismado, mi ángel cepilla las plumas índigas de sus alas. Borracho de soledad me observa doblar la ropa, bajar las escaleras, cruzar la avenida, mordisquear un chicle insalobre, evitar la fácil lágrima.
Me despido de mí-de mi ritual de la copa de vino, de la luna a través de la ventana- al menos por un tiempo.
No sé. Parece que extrañaré no sé qué cosa imprecisa. Tal vez sea sólo una necesidad: la de sentir y de creer que algo ha terminado para siempre.
Hoy nunca será mañana.