jueves, 11 de octubre de 2007

(buenos aires, jueves 10 de octubre, 12:34 am)

Infinita y laberíntica ciudad de los aires buenos: un colosal cementerio abierto y sin entrada v.i.p. donde los nichos abiertos en forma de ventanas están atestados de muertos con parlantes y su sonido al mango, y desde cuyo interior se encienden y se apagan luces con intermitencia de tormenta apocalíptica.
Mustios corazones sin sal, desvencijados en la anomalía del rebaño sin sentido.
Una chica me toca el hombro y me pide unas monedas y al darme vuelta mi espanto e impresión casi sufren un surmenage: ella estaba totalmente deformada, posiblemente por fuego o agua hirviendo, pienso; pelada, la boca, la nariz y un ojo hinchados, casi sin forma, algunos pelos en sus cejas, su piel de cicatriz como una pampa en su pequeño rostro de diesciseis años. Horror al que todos damos la espalda para que no duela lo que es ajeno.
Todo y en todos lados huele a cloaca: en los nauseabundos subtes al mediodía, cuando cada uno se lleva puesto al que esté delante con tal de no perder minutos y se corre empujando a niños, mujeres con el vientre inflado, viejas con bastones, chetos afrodisíacos en mp3 escuchando regetton...Y adoro ese submundo, sentir que recorro el cementerio vivo bajo tierra.El maravilloso tren fantasma. Defiendo con orgullo prestado mi linea E, Estación Pichincha.
Al caminar las calles más que misterios te esperan con un juego en verdad deprimente: evitar pisar soretes de perros a cada paso, entre baldozas destruídas y pozos de agua estancada con escupitajos, colillas de cigarillos, papeles de caramelos plateados.
Las vidieras exhalan ese divino fulgor del consumo que te atrapa a cada instante, ya sea para mirar una camisa, una revista del año 23 o un reloj de arena junto a un sofá negro sobre una alfombra aleopardada. Exageradas vidrieras como espejos destartalados que nada muestran, excepto que nada somos y que nada tenemos.
Sobrevivir es una palabra clave, más que una metáfora un canto tribal de guerra.Estar entre millones de sombras movedizas que se proyectan sobre tu espalda, sobre tu frente y tus perfiles; estar rodeado, siempre rodeado.
Me satisface en desmesura, y hasta diría con amable sorpresa, encontrar aquí, como en ninguna otra ciudad que haya visitado, la gran cantidad de hombres y mujeres de todas las edades que hunden su rostro dentro de libros. La lectura de pie en un colectivo,en un tren, caminando, en una plaza, en un cafe. Leer , leer,leer, como si todo aquel amontonamiento de palabras prensadas en papeles condujeran mágicamente a través de sus historias hacia remotos paredones de ficción donde poder aplacar tanta muerte festejada.
¡Exito de la literatura! ¡Exito de las editoriales!
Sin evaluar tempranamente el caos antagónico externo, ni mucho menos compararlo con la mesura expiritual que experimento, hay aquí una gravedad de imán que dice conducir a maravillas y orfandades. La mezcla exacta para el retoño de primavera que soy; sí, que soy.
Mis huellas siempre fueron y serán mías, por más que miles de zapatos de todos los colores y variedades las aplasten después. Marco el territorio como un león mearía los espesores de la selva para determinar su poder.
Ah, mi salvadora copa de vino; elocuencia nocturnal que me entrega impávida trozos descascarados de felicidad autóctona. Y mi incipiente amor-hambre por el jazz, y el rélax de la lectura como un medicamento invisible sin el cual se torna imposible respirar...todo eso me nutre el corazón, alimentándome en el secreto capazón en el que existo. Cemento en útero que la lluvia traspasa sin gestos de delicadeza.Pero...,en fin.
Atracción, pienso. Pero, ¿hacia qué? ¿Acaso hay tiempo para preguntarse algo aquí?
Soy un bicho revoloteando los tubos fluorescentes de las esquinas de San Cristóbal.
A veces, cuando el Destino lo permite,bebo masamente gotas de luna que en sutil sonoridad de partículas impalpables me llegan desde una extraña lejanía y yo extiendo mis manos, en mi blanca desnudez de cada día,aunque ninguna piel caliente se haga carne en un abrazo.

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