lunes, 29 de octubre de 2007

(buenos aires, lunes 29 de octubre, 2:59 am)

Como un mono huesudo en su jaula, a la espera de maníes, trocitos podridos de banana o gajitos de mandarina agridulce que los niños me tirarán sonrientes ante la mirada con intensión ridiculizadora de sus padres, así, estoy.
Si bien la jaula tiene una proporción amplia, en el sentido de que me es permitido realizar, espacialmente hablando, con curiosa simpatía hacia los otros mis acrobacias, mi intimidad, en cambio, se ve constantemente amenazada por esos ojos que desde el otro lado de los barrotes objetan,indican o aplauden mi accionar.
Este presente mediocremente kafkiano me atormenta por momentos, sobre todo cuando mi sensibilidad de bestia desterrada de su habitat natural causa efectos de una profunda amargura en mi corazón y caigo, raudamente, en los bajos fondos metafísicos donde sin consuelo, la existencia,el mandato extraño de vivir bajo estas condiciones,me provoca un inconmensurable dolor agudo en el pecho,una agonía sólo comparable al destierro, una promiscua sensación de abandono por parte de mis pares y un justificado odio hacia esta condena expositiva.
Entonces me sumerjo en el rincón más oscuro, frío y alejado de la jaula hundo mi cabeza apretando el mentón contra mi pecho y abrazo mis rodillas ya sin pelos, donde la carne es rosa como la palma de la mano de un recién nacido,y sollozo, en el silencio más descomunal, mi destino de jaula. Mi prisión.
¡Cómo no comprender a los pájaros!
Si yo fuera un ser alado me ahorcaría, hundiría mis propias y afiladas garras en el cuello y expondría con sarcástica mueca de monstruo ante esas miradas hambrientas de risa y de burla,un trozo cuajado y sanguinolento de humanidad podrida.

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